lunes, 13 de junio de 2016

El astillero

El astillero
Juan Carlos Onetti
Madrid. Cátedra, 2007 (primera edición: 1961)
240 páginas. 10,60 



Madurez significa acatar el absurdo y el vacío, instaurar una sucesión de actos maquinales para rellenar el pozo. Madurez equivale a anonimato, al desmantelamiento de ese proyecto trabajosamente elaborado que es la personalidad individual. Madurez implica la anulación de toda verticalidad ascendente, es sumirse en la indiferenciación del tiempo horizontal. Madurez significa conformarse con la insignificancia, con la poquedad, con la inutilidad de todo acto: “Lo único que queda para hacer es precisamente eso: cualquier cosa, hacer una cosa detrás de otra, sin interés, sin sentido… una cosa y otra cosa, sin que importen que salgan bien o mal, sin que nos importen qué quieren decir”. Indiferencia ante un quehacer meramente consecutivo, cuyo progreso es sólo progresión numérica. El futuro no es más que acabamiento – Yurkiévich



Aviso a navegantes: se encuentran ustedes ante una lectura atípica que requiere de paciencia y tesón. Recomendadísima para los seguidores de Faulkner y de Céline, no esperen una historia electrizante, aunque muy pronto se verán sumidos en un universo desolador y descarnado, el de Larsen; personaje ya presente en entregas anteriores que trata de reconstruir su vida sobre las ruinas que han dejado atrás los demás caracteres, caracteres que, a través de un complejo sistema de narradores, asumen una voz propia en la obra.

En mi caso personal, he de admitir no fui consciente de lo que me había calado hasta que días después vi La notte, de Antonioni, y pude reconocer en los ojos de Jeanne Moreau la indiferencia existencial del Juntacadáveres en su periplo por Santa María. Entonces supe que durante el viaje a ciegas que supuso la lectura de este libro, a ratos ininteligible, Onetti no me había abandonado, sino que me había mostrado las formas de la condición humana, dejándome un poso del que me costaría deshacerme.

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